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Soñaba que caía, uno de esos sueños en los que da la impresión de que vas a caer eternamente. Y de pronto vi la imagen de Sapphira, mi Sapph. Cuándo había comenzado a soñar con ella me era algo imposible de definir, pero siempre, desde niño, tenía demasiada facilidad para soñar con la gente de mi entorno de forma bastante realista. De hecho, después de la muerte de Áyax estuve meses teniendo pesadillas en las que se me aparecía cada noche, e incluso ahora de vez en cuando lo hacía, pero últimamente mis sueños se centraban más en Sapphira, y para mi sorpresa, también en aquella chica rara que parecía mirarme con demasiada intensidad cada vez que me cruzaba con ella. Debía de estar volviéndome loco.

Pero esta vez me desperté con el molesto sonido del despertador y no sobresaltado como otras noches. Por primera vez en muchos años lograba al fin dormir del tirón y estaba casi seguro de que en parte se debía al calor y la protección que me brindaba mi nueva amiga, a la que había bautizado como Jolie, del francés ‘’bonita, hermosa’’, y es que le iba al pelo, porque era el animal más hermoso con el que me había cruzado; una loba de pelaje pardo y de lo más mansa y cariñosa, a la cual había encontrado hacía un par de semanas herida en el bosque, y que desde entonces había acogido en mi casa. Y despertarme notando ese calor en mi espalda era la mejor sensación del mundo. Sin embargo y por mucho que me hubiera gustado quedarme en la cama, la alarma de mi móvil seguía sonando de forma bastante molesta, así que rodé hacia el lado contrario de la cama para alargar el brazo y buscar a tientas mi móvil-despertador, ya que a pesar de la claridad que se colaba a través de las cortinas, yo era absolutamente incapaz de abrir los ojos. Pero de pronto conseguí espabilarme un poco al notar el frío suelo bajo mi cuerpo, momento en el que agradecí la idea de colocar el colchón de mi cama en el suelo debido a los muchos golpes recibidos hasta ahora por mis caídas nocturnas de la cama: no tenía remedio. Comencé a notar la garganta seca y una sed espantosa, así que aún sin abrir demasiado los ojos y en un estado zombie-somnoliento me dirigí a la cocina a por un vaso de agua, haciendo una parada en el baño antes de volver de nuevo a la habitación en busca de una camiseta que ponerme encima antes de ir a desayunar: solía tener demasiado calor por la noche por lo que dormía en ropa interior, y luego me quedaba helado por la mañana, aun siendo verano estaba a tiempo de coger un buen resfriado. Así que cogí la primera camiseta de manga larga que vi tirada por ahí, y no fue hasta que me la puse y recorrí la habitación con la mirada en busca de mis pantalones cuando vi algo que no me cuadraba lo más mínimo.

- ¿Qué demonios...? - ¿por qué había una chica en mi cama? ¿seguía soñando a caso? Mi primer impulso fue retroceder de espaldas hacia la puerta, completamente boquiabierto, confundido, alarmado, yo qué sé. La caída que me pegué por caminar de espaldas y al resbalarme con unos papeles que tenía tirados por el suelo, hizo que me diera cuenta de que semejante golpe había dolido demasiado para tratarse de un sueño, aunque creo que me quedé ahí sentado/tirado en el suelo unos segundos, intentando aclarar las ideas. Veamos, había una chica, aparentemente desnuda o por lo menos muy ligera de ropa por lo que podía intuir, entre mis sábanas. Y anoche ni si quiera había salido, recordaba perfectamente haber llegado a casa directo desde el trabajo, así que aquello no se le podía atribuir a una mala borrachera. Me acerqué un poco más a la cama, arrastrándome por el suelo con toda precaución y a la vez, curiosidad por ver de quién se trataba, si es que al menos la reconocía y podía encontrar algún tipo de explicación, pero al hallarme a menos de dos metros de ella pude reconocer a la chica rara aunque atractiva, la que últimamente no dejaba de mirarme. - ¡Tú! ¿Qué haces aquí? ¿Me estás... acosando?
Pregunté casi a voz en grito poniéndome de pie de un salto, ahora sí, más alarmado que otra cosa.

Había recelado en cierto modo cuando me ofrecieron exponer tres de mis obras en el Museo de Arte Contemporáneo de Creta, es decir, por experiencia sabía que no me gustaba nada las exposiciones que montaban allí, pero al fin y al cabo era el único lugar donde encajaban mis pinturas, ¿cierto? Al menos hasta que pasaran doscientos años, esa era la única categoría en la que podían clasificarse: arte contemporáneo. Así que cedí finalmente, y el día de estreno de la exposición, ayer por la mañana, me presenté allí tal y como cabía esperar. Compartía la sala de exposiciones con un tal Sinaga, una de cuyas ‘’obras de arte’’ consistía en una habitación vacía con tres espejos rectangulares colgados en una pared, sin más. Y juro que por mucho que mirase aquello una y otra vez no conseguía encontrarle mayor significado; la única belleza de aquella obra era mi propio reflejo en uno de los espejos, cuyo mérito había que atribuir más a mis padres que a aquel tipo. Ni de coña iba a dejar mis cuadros, pinturas de las ruinas de Creta que me habían llevado horas y horas, junto a la supuesta obra de un caradura que por colgar tres espejos en una pared ya se llamaba artista a sí mismo. Así que marché de allí con un gran mosqueo, pero poco dispuesto a dejar las cosas así. Esta misma mañana me presenté allí antes de que el museo abriera, convencí al guardia para que me dejara pasar alegando que era uno de los artistas que trabajaban en la exposición y que debía hablar con uno de los encargados para cambiar mis cuadros de sitio, donde recibieran más luz y no sé qué historias que me inventé en un momento. [...]
Con mis cuadros debajo del brazo, literalmente, conseguí llegar a la sala de vigilancia, vacía a estas horas excepto por un montón de cámaras y pequeñas pantallas que controlaban todo el museo. No entiendo por qué tanta vigilancia, si sólo tenían un montón de basura, pero en cualquier caso me hice con las cintas para destruir las pruebas (?) que pudieran incriminarme de haber robado MI propia obra. Por último decidí hacer una parada despacho de la directora del museo tras asegurarme de que aún no había llegado, me acerqué al escritorio y comencé a rebuscar entre los papeles hasta dar con mi contrato, que tras doblar en una pura arruga guardé en el bolsillo trasero de mis vaqueros, y justo cuando pensaba que me había salido con la mía el ruido de la puerta abriéndose a mis espaldas hizo que el corazón me diera un vuelco y me quedase completamente paralizado, pensando en una buena excusa que dar, improvisando algo que sonara convincente. Sin embargo al girarme me sorprendió más aún encontrarme con la dulce imagen de Rowena Doukas ante mí, con una expresión entre curiosa y confundida, imagino que esperando algún tipo de explicación. Suspiré aliviado, y de hecho repentinamente de mejor humor esbozando una media sonrisa. - El mundo me debe unas cuantas cosas, eso es todo - sentencié como única excusa para haberme colado en el museo y a su vez en aquel despacho y haber sido descubierto con las manos en la masa. Me acerqué un poco hacia Ro, con cara de no haber roto un plato, cosa que por cierto jamás colaría y no me sorprendía en absoluto. - No vas a delatarme, ¿verdad?
Pregunté, haciendo que de algún modo aquello sonase más como una afirmación. Sabía de sobra que no lo haría, porque de todas formas tampoco es que estuviera haciendo nada realmente malo... Creo. Bah, ya puesto abrí uno de los cajones del escritorio en los que había rebuscado antes y saqué una cajetilla de tabaco sin empezar, era lo mínimo como pago por las molestias de la exposición teniendo en cuenta que si no había contrato ni pinturas, no habría dinero de por medio tampoco. Y por último cogí unas llaves cuyo llavero estaba etiquetado con la palabra ''azotea''.
- Vamos, ven conmigo.
Susurré al pasar junto a Ro y cogiendo su mano para arrastrarla conmigo hacia fuera, por los pasillos y en dirección a las escaleras que subían al primer piso y después a la azotea, todo aquello aún con mis cuadros debajo del brazo, motivo por el cual no podía salir tranquilamente por la puerta principal con ellos por delante del guardia de seguridad. Así que una vez arriba, saqué las llaves que acababa de tomar prestadas, abrí la puerta de la azotea, deje que Rowena pasara delante de mí y cerré tras nosotros.
- Así que, ¿trabajas aquí, o es que conoces a la directora del museo?
Pregunté una vez fuera de peligro dejando los cuadros en el suelo y encendiendo tranquilamente un cigarro de los que me había apañado.

Aunque me encantaba adoptar forma animal, y sin ánimo de sonar demasiado pretencioso, era el lobo más hermoso de la casa, prefería hacerlo de madrugada, cuando había menos riesgo de encontrarme con alguien. Porque se suponía que no había cazadores furtivos en Creta, pero toda precaución era poca y creo que mi pelaje blanco resultaría muy atractivo para cualquiera. Además, no podía transformarme a mi antojo, estilo hombre lobo de película de serie B que se queda con unos pantalones o sin más hace aparecer después la ropa de la nada; y la verdad, no me hacía ninguna gracia lo de ir en pelotas por ahí, menos aún delante de mi hermana. Joder, si me dio un escalofrío sólo de pensarlo. La cosa es que había convencido a Katia para salir a correr por el bosque, en nuestra forma humana, como un par de hermanos normales que salen a hacer footing. Llevábamos algo más de una hora corriendo y adentrándonos cada vez más en el bosque, era una suerte que a estas alturas conociéramos ya cada rincón de memoria, y por otra parte me habría gustado ver la cara de mi antiguo profesor de educación física viéndome correr así... Que los balones y yo no nos llevásemos bien, o que mi coordinación mano-ojo-pie fuese nula, no quería decir que fuese un mal deportista, pero el tío nunca pareció entenderlo. Pensando en aquello el tiempo se me pasó volando, y cuando quise darme cuenta ya habíamos llegado al claro del bosque donde solía dar la vuelta, si seguíamos adelante nos encontraríamos con la carretera. Así que bajé el ritmo poco a poco, pero antes de detenerme del todo adelanté a Katia unos centímetros para ponerle la zancadilla y hacer que cayera al suelo.
- Se me escapó, mi pie ha actuado con voluntad propia - mentí de forma poco disimulada ya que a continuación coloqué los brazos en jarra mirando a mi hermana con aire triunfante - aháaaa... parece que el pequeño saltamontes pringado ha aprendido un par de trucos, ¿eh?
Dije con cierto sarcasmo refiriéndome a mí mismo y a que ella más de una vez me había recordado en el pasado que era algo así como el perdedor del insti. Sabía que en el fondo no lo decía con mala intención y que se metía conmigo de forma cariñosa, pero bueno, mi zancadilla también había sido cariñosa. Muahaha.
- ¿Y quieres ver qué otra cosa he aprendido? - pregunté arrodillándome frente a ella y alzando ambas cejas como queriendo decir ''ahora verás'', a continuación pasé mi brazo por delante de sus hombros en una llave de kárate en la que había estado entrenando la semana pasada e hice que ambos quedásemos de lado tirados en el suelo, de forma que quedó completamente inmovilizada. - Dilo, reconoce que tienes un hermano guay y te dejaré ir. Pero que sea rápido, tengo una bolsa de patatas sabor tijuana y una partida del Resident Evil a medias esperándome.
De acuerdo, no sabía hasta que punto podía sonar ''cool'' aquello último, ni si quiera sé si la palabra ''cool'' resultaba ¿guay? o más bien patética, pero eh eh eh, acababa de hacer una llave de kárate perfecta, y hasta hace no mucho lo único que sabía de artes marciales, y de kárate en concreto, era deletrear la palabra. Y a duras penas.

Llevaba todo el verano poniendo la alarma del móvil a las seis y media de la mañana para salir a correr e intentar ponerme un poco en forma ahora que tan de moda estaba eso de hacer vida sana. Mi intención era buena, de verdad que sí, pero es que buuuuff… Si existía un paraíso, ese era mi cama, y no estaba dispuesta a abandonar el paraíso tan temprano. Así que los ''cinco minutos más'' terminaban convirtiéndose en dos o tres horas más, levantándome finalmente a las once o las doce como mínimo, luego claro, no podía dormir y me pasaba la noche leyendo hasta tarde, razón por la que tampoco era capaz de madrugar al día siguiente: todo un círculo vicioso. Y luego no sé si era porque me sentía culpable por la falta de ejercicio o porque me encontraba un poco hiperactiva después de dormir tanto, pero tenía la manía de poner la música del móvil a un volumen considerable y echarme un baile mañanero con todas mis ganas, como si no hubiera mañana, mientras me duchaba, me vestía y demás. Hoy tocaba Living on a Prayer, de Bon Jovi, ideal para empezar el día con energía y buen humor, para no variar.Así que canté, bailé, desperdigué un montón de ropa por la habitación hasta que encontré algo decente que ponerme, hice lo posible por domar un poco mi pelo e incluso tuve tiempo de jugar con el gato antes de que me empezasen a rugir las tripas pidiéndome a gritos el desayuno, momento en el que bajé como un torbellino las escaleras, literalmente, me habría llevado a cualquiera que se me cruzara por delante, y me planté en la cocina donde ya estaba Castiel.
- ¡Qué pasa, sexy! - le saludé dándole una palmada en el trasero al pasar por su lado, forma de la cual solía dar los buenos días a Mirah, aunque hoy el afortunado había resultado él - uy, lo siento... Olvidaba que estás pillado. No volveré a hacerlo.
Añadí en un tono cargado de sarcasmo y retintín intentando fastidiarle un poquito, lo justo, desde el cariño y confianza que le tenía. Deambulé de un lado a otro de la cocina para preparar mi sano-desayuno de dieta: fruta, una tostada, un yogurt y un café en taza extra grande, lo fui colocando en la mesa y finalmente me senté lanzándome a por mi amado café antes de que se enfriara.
- Ohhh, Dios bendiga al ser maravilloso que haya preparado este café. ¿Has sido tú? Es igual, en cualquier caso, aleluya. - Dije con mi particular forma de hablar a mil por hora y sin pausas, esa misma que a muchos les parece adorablemente alocada, y a la mayoría, agotadora e irritante. - Así que, ¿cuál es tu plan para hoy?
Pregunté dándole un sorbo a mi café mientras intentaba mantener una expresión de persona interesante que le invitase a proponerme algo con lo que pasar la mañana.

De acuerdo, era únicamente culpa mía no haberme sacado aún el carnet de conducir, lo haría en cuanto fuera capaz de subirme en un coche sin que me entrase un ataque de ansiedad a los diez minutos, porque, sabía por experiencia que eso no le causaba una muy buena impresión al examinador a la hora de ponerte nota en el examen práctico. Así que llevaba cuatro años posponiéndolo, mientras María insistía en lo importante que era que lo sacara de una vez ''por si surgía una emergencia''. Pues bien, hoy era el gran día, el día de dicha emergencia: mi madre se había desmayado debido a uno de sus habituales bajones de tensión, solo que esta vez se le había terminado la medicación y YO tenía que ir a por ella, rápido a ser posible. Así que cogí su coche, y recé tres Padre Nuestro antes de ponerlo en marcha, si lograba salir de aquella con vida me olvidaría de Afrodita y me replantearía un cambio de religión. Y bueno, creo que no se me dio mal del todo, excepto porque no pasé de los cuarenta por hora y eso. En fin, conseguí atravesar toda Creta para llegar a la maldita farmacia de guardia que tenía que quedar justo en el extremo opuesto de la isla, y como si fuera una cruel broma del destino, justo cuando volvía a casa tras un viaje del que increíblemente parecía que saldría sana y salva, el motor comenzó a hacer ruidos raros y a echar humo.
- Maldita chatarra...
Murmuré bajándome del coche tras una parada en plenas calles del puerto que por poco resulta accidentada, suerte que a mi velocidad lo único que podía atropellar era mariposas, y estoy segura de que incluso estas eran más rápidas. Intenté hacer como en las películas y abrir el capó yo sola, a pesar de que ni si quiera sabía que iba a hacer después dado que yo entendía de mecánica más o menos lo mismo que de somalí; nada. Y de hecho creo que no fue buena idea porque comenzó a salir más y más humo hasta el punto que pensé que aquello iba a estallar... Dios, Dios... no estallaría, ¿verdad? Me alejé, por si las moscas, buscando de todas formas a alguien que pudiera ayudarme, porque llamar a la grúa no era una opción, no estaba segura de si me pedirían los papeles del coche - cosa que no tenía - o el carnet de conducir - cosa que tampoco tenía - y además, necesitaba llegar a casa rápido. Otra opción era pedir un taxi, pero tampoco era plan dejar el coche ahí en medio. Así que recorrí el puerto a estas horas vacío a excepción de los pescadores, en busca de alguien dispuesto a salvarme de quedarme allí tirada. E inconscientemente me detuve ante un chico que estaba allí cargando cajas y su trasero perfecto, creo que incluso ladee un poco la cabeza distraída observando cierta parte de su anatomía, y al darme cuenta de lo que estaba haciendo, SÍ, me sentí una auténtica pervertida, pero ya fue demasiado tarde para pensar en seguir andando porque se giró. Y resultó ser él, Alexei, el chico supersexy al que tenía fichado desde hacía tiempo pero con el que aún no había cruzado más que un par de palabras, por falta de oportunidades supongo.
- Ah. - Fue todo lo que salió de mi boca, no se podía decir que no supiera cómo hablar con los hombres, pero simplemente me había pillado desprevenida y por un segundo incluso olvidé cómo se hablaba. Mierda. ¿Qué tenía que decir? Me llevó unos segundos de hecho, hacer memoria. - Mi coche me acaba de dejar tirada justo aquí delante, algo del motor creo. Me preguntaba si tú podrías... O si sabes de alguien que pudiera echarle un vistazo, o lo que sea.
Dije recomponiéndome rápidamente y recuperando la compostura, colocando los brazos en mi cintura y dedicándole mi mirada mezcla ahora mismo de ''mírame, soy adorablemente sexy'' - si algo así era posible - y de damisela en apuros.